Un paseo por las calles de Lima es una experiencia agotadora. Millones de reclamos invaden el recorrido... y cruzar una calle es todo un reto. Los pasos de cebra son meramente decorativos y a los escasos semáforos se les debe de hacer un caso relativo. El peatón es constantemente humillado por el automovilista, que en esta ciudad es el absoluto dominador. Desde el ejecutivo en su descomunal 4x4, hasta el taxista que conduce un 'Tico' amarillo (casi inapreciable), todos ellos están en constante lucha por ser el primero. El limeño, cálido y tranquilo, se transforma en agresivo luchador cuando sube a su auto. En definitiva, tienes que correr cada pocos metros para no llevarte un buen susto. Por si fuera poco, los taxistas te avisan de que están disponibles si te ven caminar despreocupadamente, algo poco habitual en esta enorme urbe.
En mi condición de peatón recalcitrante, este panorama es desalentador... y por lo que veo, poco ha mejorado en 6 años. Dentro de unos días se celebrarán elecciones a la alcaldía de la ciudad y el principal debate se centra en 'la inseguridad y el caos del tranporte'. Todos los aspirantes coinciden en 'mejorar la calidad de vida de los limeños con un sistema de transporte masivo'. Las denominadas 'combis' (pequeños autobuses privados que recorren diferentes y coincidentes rutas) son el principal problema del tráfico, junto con los ya mencionados taxis.
Sin embargo, en los márgenes de este contaminado 'infierno' circulatorio, he descubierto un paisaje que puede pasar desapercibido. Es necesario abstraerse del tráfico y dirigir nuestra mirada a los pequeños paraísos verdes que emergen cada pocos pasos, tanto a ras del suelo como en las terrazas y azoteas.
Es curioso, pero me acabo de dar cuenta de que mi residencia temporal en Lima está ubicada en el barrio de Miraflores. Mira flores! Pues si. Hermosos mini-jardines con arbustos, árboles, plantas y flores de vivos colores aparecen por todas partes.
Cualquier espacio en la acera es bueno para crear un pequeño jardín que, en la mayoría de los casos, está perfectamente cuidado. Es un contraste muy raro. Supongo que los limeños necesitan de sus jardines como terapia de choque frente a un entorno tan duro.
Escribo en el patio interior de la casa dónde me alojo (por supuesto, tiene jardín). No hay viento, ni lluvia, ni ruido. Sólo el lejano eco del tráfico limeño y una niña que canta con una voz muy dulce las letras de la serie americana de moda.
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